12 de abril de 2011

Bobby Moore

“Futbolista inmaculado. Grandioso defensor. Héroe inmortal de 1966. Primer inglés en levantar la Copa Mundial. Hijo predilecto del East End londinense. Mayor leyenda de West Ham United. Tesoro nacional. Amo de Wembley. Señor del fútbol. Capitán extraordinario. Caballero eterno”. Estas frases son las que se pueden leer en la estatua de Bobby en la entrada del nuevo Wembley.

Quien hable de la historia del fútbol inglés no puede obviar a Bobby Moore. De hecho, sólo hay que pasearse por Wembley para entender la importancia del legendario jugador londinense en las Islas. Una estatua de seis metros y dos toneladas da la bienvenida en la nueva versión del mítico estadio. El reconocimiento, totalmente merecido, es también un claro homenaje a aquel glorioso 30 de julio de 1966, en el que el menudo y ágil defensa levantó la copa del mundo ante miles de personas.

Fue la primera y la última, de ahí que el simbolismo y la mitificación de aquella imagen se multiplique a medida que pasen los años. En esa estampa, el protagonista es Moore, capitán de aquella magnifica generación que formaban los Bobby Charlton, Nobby Stiles o Geoffrey Hurst. Fue el Mundial de 1966, el campeonato del gran Eusebio, el torneo de Inglaterra ante su público, de aquel gol polémico en la prórroga de Hurst en la final ante Alemania, el día más grande en la carrera de Bobby Moore.

El liderazgo del central era evidente en aquella época. Sus 108 internacionalidades, sólo superadas por Shilton y recientemente por Beckham, así lo atestiguan. Su juego se basaba, a diferencia de la mayoría de los defensas, en su agilidad y astucia. Sus carencias físicas le obligaron a sacar las mentales y Moore se convirtió en mito. Por su manera de leer el juego, por su excelente sentido de la anticipación, era todo un seguro y el líder sobre el terreno de juego. Pelé y Franz Beckenbauer lo describieron como un caballero, un amigo y el mejor zaguero al que se enfrentaron jamás. El ex primer ministro británico Tony Blair dijo de él: “Era un futbolista fantástico. Si buscamos un modelo de conducta en la vida pública, Bobby Moore es un candidato bastante bueno”.

De apariencia frágil y cara inocente, el bueno de Bobby buscaba siempre adelantarse a las intenciones de su rival, pero cuando no lo hacía, tampoco solía fallar a la hora de ir al suelo o incluso tener que saltar para frenar una jugada por arriba. Cualidades de las que también disfrutaron en Upton Park. Y es que, a nivel de clubes, Moore se convirtió en una leyenda de los 'hammers'. Desde su debut con 15 años hasta su adiós al club de sus amores con 31. 16 temporadas y más de 500 partidos con la camiseta grana que, si bien no fueron muy prolíficas en cuanto a títulos, si supuso una de las épocas doradas del club londinense.

Tal es así, que el único título europeo del West Ham (si se omite la Intertoto de 1999) se obtuvo durante aquellos años en los que "The Academy of football"(sin duda la cantera de donde salen la mayoría de los grandes jugadores ingleses), de la que formaba parte Moore, consiguió levantar la Recopa tras vencer al Múnich 1860 en 1965. Además, una de las tres FA Cup que tienen los 'hammers' en su historia y la única Community Shield en sus casi 115 años de historia. Luego llegarían cuatro temporadas en el Fulham y una fugaz aventura en el fútbol norteamericano.

Pero todo el éxito que obtuvo sobre el campo, le fue esquiva fuera de él. Mala suerte con los negocios, un matrimonio que acabó mal y dos tipos de cáncer que terminaron por derribarle. El último, de colon, se lo llevó en 1993. 

El legado de Moore, sin embargo, será eterno: en la obra benéfica dedicada a la lucha contra el cáncer que lleva su nombre, en la grada sur de Upton Park dedicada a su memoria, en la estatua de bronce en el estadio de Wembley y —quizás lo más perdurable— en el corazón de todos quienes lo vieron practicar el deporte rey de la manera más hermosa.
 
 

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